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jueves, 20 de marzo de 2014

¿Puede nuestra rutina influir en la balanza?

Factores sociales y económicos se suman a los clásicos antecedentes psicológicos en cuanto al tipo de elecciones alimenticias que hacemos, nos referimos a que hoy en día ante las crisis económicas resulta más accesible y hasta apetitoso consumir comida rápida, lo cuál implica lo que llamamos calorías vacías y repercute en un aumento de peso considerable, si se continua con este tipo de selecciones.



Sumando el estrés


Se suma a este panorama el estrés, que la mayoría de las personas adultas padecemos. Inmersos en un mundo donde la visión de lo inmediato y lo rápido cobra un papel fundamental, aumentan los niveles de ansiedad cíclicamente en cada uno de nosotros, lo cual conlleva también a querer premiarnos por tanto esfuerzo con este tipo de comidas que activan ciertos sensores del placer.
Estar estresados también incide en el modo en que descansamos, si es que logramos no pasar la noche en vela. Por otra parte, sabemos que cuando se produce un desequilibrio del estado hormonal, asociado a estados de estrés, se tiende a acumular más grasa.

Una rutina insoportable

El estrés, la comida que consumimos, la predisposición genética, el dormir poco o mal, tener una vida no activa o sedentaria, todas ellas son variables que impulsan hacia la obesidad y nos acercan al riesgo de padecer enfermedades asociadas.

¿Cómo nos afecta?

Qué ocurre en el caso de no descansar: la fórmula es la siguiente; en individuos que han dormido poco, disminuye la leptina y aumenta la grelina. La leptina tiende a suprimir el apetito, pero con su disminución ocurre una mayor tendencia a comer. Por el contrario, la grelina provoca sensación de hambre, pero dada la falta de sueño se produce un aumento de esta hormona, lo que conlleva a que efecto se suma al anterior. La conjunción de ambos factores reside en gran medida en un aumento del apetito y por consiguiente; del peso.